No sin cierta tristeza y sólo
cuatro días después de jugar mi último partido de liga con el Rivas, dejé
España para pasar casi tres meses en tierras norteamericanas.
Tampoco diré que fue una completa
sorpresa comprobar que se jugaba al rugby, pues, (bendita era de la
comunicación) había cotilleado en internet los equipos de Pittsburgh para ver
si podía ir al campo a ver algún partidillo y así matar un poco el mono de
balón oval.
Lo que si fue algo totalmente
inesperado fue la forma de encontrarme a sus jugadores.
Estaba yo en un gimnasio al que me
habían invitado a una prueba de quince días, cuando me encuentro con un hombre
cuyo aspecto sólo se puede definir como Pilier, sudando en un banco con dos
mancuernas y una camiseta que pone “Ask me about Pittsburgh Highlanders Rugby”.
No me pude resistir y me acerqué a
contarle que yo jugaba al rugby en España, y que qué casualidad y esas cosas.
En esto que se acercó otro colega
con el que al parecer jugaba en el equipo y yo vi el momento de soltarles que
me gustaría ir a verles uno de estos fines de semana.
El recién llegado me mira unos
segundos y me dice “¿Tienes botas?” No creí entenderle bien así que le pido que
me repita y me dice “Que si te apetece podrías jugar el próximo sábado en unos
amistosos que organizamos para universitarios”
¡No me lo podía creer, vaya suerte!
Y sólo llevaba una semana y poco.
Estaba emocionado con la
posibilidad. Encontrar botas de rugby en Estados Unidos es misión imposible,
hay mucho de fútbol americano, pero los precios eran normales, tirando a caros,
así que Kevin, así se llamaba, me dijo que seguro que alguien me podía dejar
unas.
Así que el siguiente sábado a las
nueve de la mañana estaba yo en unos campos de fútbol (de soccer como dicen aquí)
de las afueras con jugadores de seis equipos masculinos y seis equipos
femeninos que se disponían a jugar el Jeff Hewitt Memorial.
¡Qué emoción! Busqué a mis nuevos
colegas en una especie de campa central donde vendían hamburguesas y bebidas y
allí estuve informándome un poco, pues reconozco que había ido sin saber muy
bien que es lo que iba a hacer (Y seguía sin botas).
Allí me explicaron que era un
torneo anual que organizaban los Highlanders para universitarios y en el que
ellos no competían. Así, conocían y se daban a conocer entre los equipos de la
zona para que los chavales se apuntasen al equipo.
La mayoría de los equipos eran de
cerca pero también había alguno de universidades a cientos de kilómetros en
West Virginia o Maryland.
Mi misión sería reforzar los
equipos que no tenían gente suficiente.
El siguiente partido tardaba casi
una hora en comenzar así que me dediqué a vagar un poco y enterarme de
peculiaridades del rugby en Estados Unidos.
Parece
ser que la mayoría de la gente que por allí andaba, había jugado al fútbol
americano en el instituto, y cuando van a la universidad se encuentran con
equipos de rugby, hay en casi todas las universidades, y así es como esta gente
empieza a dar sus primeros pasos en el rugby.
Hay que tener en cuenta que en USA
no se va a la universidad sólo a hacer carreras, cualquier formación después
del instituto se hace, básicamente, alrededor de los Colleges.
Así que desde un estudiante de
filosofía a alguien que hace un curso de mecánica de motores diésel se acercan
a este deporte en la universidad. Después buscan un equipo senior como el
Pittsburgh Highlanders, que juega, como el Rivas, en tercera regional y siguen
con su deporte.
Y allí estaba yo viendo partidos.
Mucha gente joven, muchos padres y
amigos, en torno a tres patatales con más barro que césped y
para nada planos,
con palos hechos de PVC bastante fino y curvilíneo sobre porterías de fútbol.
Mucho del material proviene del ejercito, o de la guardia nacional, que tiene
programas de patrocinio y esas cosas, así que no es raro que los escudos, los
sacos o los cubre-palos tengan rótulos de National Guard o Army.
He
comprobado que el rugby norteamericano tiene mucho de espíritu y pocos medios
materiales: campos sin grada, duchas, vestuario o ni tan siquiera un baño; pero
chavales de 19 años que se hacen 300 km en su coche particular cada fin de
semana para competir en una universidad cercana, pelean el balón con mucha
ferocidad y una técnica no demasiado refinada, y que se levantan una y otra vez
patinando sobre el barro omnipresente en zonas con tanta lluvia como son las
del oeste de los Apalaches.
Al rato me llamaron; un chaval
gigantón, como yo, llamado Kyle, tenía unas botas extra de mi talla (un poco
más grandes en realidad, un 49) en su coche. Me dieron las botas, me dieron una
camiseta blanca, dorada y azul, no se si
de West Chester, y me dijeron que necesitaban un delantero.
Diez minutos para calentar y
algunas consignas de melé y touch y ¡a jugar!
Fue una auténtica pasada, no diré
que había técnica refinada ni jugadas complejas, pues la mayoría era la primera
temporada que jugaban al rugby y al menos tres debutaban en este día. Pero fue
tremendamente divertido.
Al terminar comimos unas
hamburguesas mientras escuchábamos música y veíamos jugar a otros equipos.
Ya por la tarde jugué sólo un
tiempo con otros chavales que se habían quedado con uno menos por una lesión
repentina.
Feliz, ya estaba recogiendo, cuando
Kevin se acercó y me dijo que por qué no jugaba un amistoso con los Pittsburgh
Highlanders B el sábado siguiente.
El segundo equipo jugaba a
continuación del primer equipo y no es que tuviesen gente de sobra, algunos
iban a jugar los 160 minutos, así que todo jugador era bienvenido para echar
una mano. No lo dudé un minuto ¡Claro!
Así, el jueves fui a entrenar con
ellos. Por no extenderme diré que, aparte de carecer de vestuarios o duchas,
los entrenamientos son similares a los nuestros.
Algún toque americano por aquí o
por allí, como subir una pendiente pronunciada a la carrera tras el capitán, al
terminar un ejercicio, tocar una roca en lo alto, bajar y repetir.
A destacar un momento muy propio de
los valores del rugby, cuando, el entrenador había dado por terminado el
entrenamiento pues la hora se echaba encima, antes de que se dispersaran, el
capitán, un segunda de dos metros largos, reunió a los jugadores y nos dijo
-“Caballeros, el sábado es un
partido importante y queda mucho por entrenar, yo me voy a quedar un rato más,
cualquiera es bienvenido” y de allí no se movió un alma, seguimos media hora
larga practicando el golpe de castigo cerca de la línea de marca hasta que el
capitán creyó que era suficiente.
Por fin
llega el sábado, y allí nos plantamos en el Philip Murray Playground (a mi me
sonaba con cierta ironía a Murrayfield) una pradera embarrada en la que se
colocaron dos porterías de PVC, la gente se arremolinaba en los laterales y
alrededores, aparcando sus coches sobre la acera. De una manera entrañablemente
americana dos niños vendían limonada hecha por ellos. El tiempo era una delicia.
Precedió al primer partido un
minuto de silencio por un compañero de un equipo de la misma categoría, Erie,
que había muerto esa semana en un accidente de moto.
El partido del primer equipo fue
bastante disputado hasta que mediada la segunda parte el equipo visitante cedió
pie y los Highlanders marcaron varios ensayos ganando por una holgada ventaja y
asegurándose un puesto en los Playoff de ascenso a segunda división
territorial, con gran celebración de los locales.
Y allí estaba yo, calentando con el
B, botas prestadas, hermosa camiseta usada en el anterior partido, y gente
maravillosa que me había acogido como uno más de los suyos. “Spaniard” me
llamaban todos.
Y allí, echando unas carreras, te
das cuenta que el rugby es un lenguaje universal, no importa donde estés, es
esa gran familia que te recibe como su pariente al que llevan toda la vida sin
ver pero que saben que es de su sangre. Que juegan exactamente como te esperas
que jugarían, que respetan al contrario como tu lo harías y que celebran
terminado el partido igual que lo haría tu equipo.Y, tras el saque inicial,
¿que os voy a contar? Ochenta minutos de fuerza, risas, diversión, melés interminables, barro, mucho
barro. Y un tercer tiempo hasta las tantas. Como tantos equipos estarían
haciendo ese mismo día, en Edimburgo, Rivas o en Auckland.
No recuerdo el resultado, creo que
perdimos, pero lo importante son cada uno de esos pequeños momentos al lado de
estos gigantes que me hicieron sentir como en mi propia casa.
Sólo
quiero deciros ¡Suerte en los playoff!
Go
Highlanders! Forward with honor!
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