viernes, 5 de junio de 2015

Rugby de barras y estrellas por Victor Rodríguez.


No sin cierta tristeza y sólo cuatro días después de jugar mi último partido de liga con el Rivas, dejé España para pasar casi tres meses en tierras norteamericanas.
Tampoco diré que fue una completa sorpresa comprobar que se jugaba al rugby, pues, (bendita era de la comunicación) había cotilleado en internet los equipos de Pittsburgh para ver si podía ir al campo a ver algún partidillo y así matar un poco el mono de balón oval.
Lo que si fue algo totalmente inesperado fue la forma de encontrarme a sus jugadores.

Estaba yo en un gimnasio al que me habían invitado a una prueba de quince días, cuando me encuentro con un hombre cuyo aspecto sólo se puede definir como Pilier, sudando en un banco con dos mancuernas y una camiseta que pone “Ask me about Pittsburgh Highlanders Rugby”.
No me pude resistir y me acerqué a contarle que yo jugaba al rugby en España, y que qué casualidad y esas cosas.
En esto que se acercó otro colega con el que al parecer jugaba en el equipo y yo vi el momento de soltarles que me gustaría ir a verles uno de estos fines de semana.

El recién llegado me mira unos segundos y me dice “¿Tienes botas?” No creí entenderle bien así que le pido que me repita y me dice “Que si te apetece podrías jugar el próximo sábado en unos amistosos que organizamos para universitarios”


¡No me lo podía creer, vaya suerte! Y sólo llevaba  una semana y poco.
Estaba emocionado con la posibilidad. Encontrar botas de rugby en Estados Unidos es misión imposible, hay mucho de fútbol americano, pero los precios eran normales, tirando a caros, así que Kevin, así se llamaba, me dijo que seguro que alguien me podía dejar unas.

Así que el siguiente sábado a las nueve de la mañana estaba yo en unos campos de fútbol (de soccer como dicen aquí) de las afueras con jugadores de seis equipos masculinos y seis equipos femeninos que se disponían a jugar el Jeff Hewitt Memorial.

¡Qué emoción! Busqué a mis nuevos colegas en una especie de campa central donde vendían hamburguesas y bebidas y allí estuve informándome un poco, pues reconozco que había ido sin saber muy bien que es lo que iba a hacer (Y seguía sin botas).

Allí me explicaron que era un torneo anual que organizaban los Highlanders para universitarios y en el que ellos no competían. Así, conocían y se daban a conocer entre los equipos de la zona para que los chavales se apuntasen al equipo.
La mayoría de los equipos eran de cerca pero también había alguno de universidades a cientos de kilómetros en West Virginia o Maryland. 
Mi misión sería reforzar los equipos que no tenían gente suficiente.

El siguiente partido tardaba casi una hora en comenzar así que me dediqué a vagar un poco y enterarme de peculiaridades del rugby en Estados Unidos.
Parece ser que la mayoría de la gente que por allí andaba, había jugado al fútbol americano en el instituto, y cuando van a la universidad se encuentran con equipos de rugby, hay en casi todas las universidades, y así es como esta gente empieza a dar sus primeros pasos en el rugby. 



Hay que tener en cuenta que en USA no se va a la universidad sólo a hacer carreras, cualquier formación después del instituto se hace, básicamente, alrededor de los Colleges.
Así que desde un estudiante de filosofía a alguien que hace un curso de mecánica de motores diésel se acercan a este deporte en la universidad. Después buscan un equipo senior como el Pittsburgh Highlanders, que juega, como el Rivas, en tercera regional y siguen con su deporte.

Y allí estaba yo viendo partidos.

Mucha gente joven, muchos padres y amigos, en torno a tres patatales con más barro que césped y

para nada planos, con palos hechos de PVC bastante fino y curvilíneo sobre porterías de fútbol. Mucho del material proviene del ejercito, o de la guardia nacional, que tiene programas de patrocinio y esas cosas, así que no es raro que los escudos, los sacos o los cubre-palos tengan rótulos de National Guard o Army.

He comprobado que el rugby norteamericano tiene mucho de espíritu y pocos medios materiales: campos sin grada, duchas, vestuario o ni tan siquiera un baño; pero chavales de 19 años que se hacen 300 km en su coche particular cada fin de semana para competir en una universidad cercana, pelean el balón con mucha ferocidad y una técnica no demasiado refinada, y que se levantan una y otra vez patinando sobre el barro omnipresente en zonas con tanta lluvia como son las del oeste de los Apalaches.

Al rato me llamaron; un chaval gigantón, como yo, llamado Kyle, tenía unas botas extra de mi talla (un poco más grandes en realidad, un 49) en su coche. Me dieron las botas, me dieron una camiseta  blanca, dorada y azul, no se si de West Chester, y me dijeron que necesitaban un delantero.


Diez minutos para calentar y algunas consignas de melé y touch y ¡a jugar!

Fue una auténtica pasada, no diré que había técnica refinada ni jugadas complejas, pues la mayoría era la primera temporada que jugaban al rugby y al menos tres debutaban en este día. Pero fue tremendamente divertido.

Al terminar comimos unas hamburguesas mientras escuchábamos música y veíamos jugar a otros equipos. 

Ya por la tarde jugué sólo un tiempo con otros chavales que se habían quedado con uno menos por una lesión repentina.

Feliz, ya estaba recogiendo, cuando Kevin se acercó y me dijo que por qué no jugaba un amistoso con los Pittsburgh Highlanders B el sábado siguiente.
El segundo equipo jugaba a continuación del primer equipo y no es que tuviesen gente de sobra, algunos iban a jugar los 160 minutos, así que todo jugador era bienvenido para echar una mano. No lo dudé un minuto ¡Claro!


Así, el jueves fui a entrenar con ellos. Por no extenderme diré que, aparte de carecer de vestuarios o duchas, los entrenamientos son similares a los nuestros.
Algún toque americano por aquí o por allí, como subir una pendiente pronunciada a la carrera tras el capitán, al terminar un ejercicio, tocar una roca en lo alto, bajar y repetir.

A destacar un momento muy propio de los valores del rugby, cuando, el entrenador había dado por terminado el entrenamiento pues la hora se echaba encima, antes de que se dispersaran, el capitán, un segunda de dos metros largos, reunió a los jugadores y nos dijo
-“Caballeros, el sábado es un partido importante y queda mucho por entrenar, yo me voy a quedar un rato más, cualquiera es bienvenido” y de allí no se movió un alma, seguimos media hora larga practicando el golpe de castigo cerca de la línea de marca hasta que el capitán creyó que era suficiente.
Por fin llega el sábado, y allí nos plantamos en el Philip Murray Playground (a mi me sonaba con cierta ironía a Murrayfield) una pradera embarrada en la que se colocaron dos porterías de PVC, la gente se arremolinaba en los laterales y alrededores, aparcando sus coches sobre la acera. De una manera entrañablemente americana dos niños vendían limonada hecha por ellos. El tiempo era una delicia.


Precedió al primer partido un minuto de silencio por un compañero de un equipo de la misma categoría, Erie, que había muerto esa semana en un accidente de moto.

El partido del primer equipo fue bastante disputado hasta que mediada la segunda parte el equipo visitante cedió pie y los Highlanders marcaron varios ensayos ganando por una holgada ventaja y asegurándose un puesto en los Playoff de ascenso a segunda división territorial, con gran celebración de los locales.

Y allí estaba yo, calentando con el B, botas prestadas, hermosa camiseta usada en el anterior partido, y gente maravillosa que me había acogido como uno más de los suyos. “Spaniard” me llamaban todos.

Y allí, echando unas carreras, te das cuenta que el rugby es un lenguaje universal, no importa donde estés, es esa gran familia que te recibe como su pariente al que llevan toda la vida sin ver pero que saben que es de su sangre. Que juegan exactamente como te esperas que jugarían, que respetan al contrario como tu lo harías y que celebran terminado el partido igual que lo haría tu equipo.Y, tras el saque inicial, ¿que os voy a contar? Ochenta minutos de fuerza, risas,  diversión, melés interminables, barro, mucho barro. Y un tercer tiempo hasta las tantas. Como tantos equipos estarían haciendo ese mismo día, en Edimburgo, Rivas o en Auckland.


No recuerdo el resultado, creo que perdimos, pero lo importante son cada uno de esos pequeños momentos al lado de estos gigantes que me hicieron sentir como en mi propia casa.

Sólo quiero deciros ¡Suerte en los playoff!
Go Highlanders! Forward with honor!


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