sábado, 25 de abril de 2015

¡GRACIAS! por Fermín de la Calle.

Jugador de Rugby.
Suenan tres pitidos largos. Ahogados. La batalla ha terminado. Relajas los músculos. Desenchufas tu cabeza. Te sacas el protector bucal y buscas sin suerte oxígeno en tus pulmones. Paseas la lengua por tus labios. Aciertas a chocar la mano del rival que hace diez segundos pretendía despedazarte sin poder levantar la mirada de tus botas embarradas. 
 
El adversario muta en compañero. El 8 que te ha pasado como una locomotora por encima a la salida de una melé, te ofrece la mejor de sus sonrisas. El centro que te ha pisado limpiando el ruck, te guiña con complicidad. Es el momento íntimo en el que uno evalúa si lo ha dejado todo en el campo. Si ha alcanzado su umbral agónico. Entonces alguien pregunta cómo ha terminado el partido. Pocos jugadores saben el resultado al concluir un partido de rugby. Cuando cada pelota es la última y cada placaje es decisivo, el marcador incumbe menos. Alguien dice que habéis ganado. No hay euforia. Sólo satisfacción. 
Se cruza el árbitro, al que saludas con un movimiento de cabeza, aún sin resuello para articular palabra balbuceas "... señor". Y enfilas el camino hacia el costado del campo mientras los primeras liberan las cintas de sus castigadas muñecas, los segundas ventilan sus maltrechas orejas y los tres cuartos desentablillan sus dedos. El cuerpo sigue entumecido por los golpes, las cervicales tensan el andar de los más castigados y vuelan las botellas de agua.
 
 Van bajando las pulsaciones. Los pulmones te dan algo de tregua. Comienzan las confidencias mientras los ganadores se van situando unos frente a otros para formar un pasillo por el que sus rivales desfilarán antes de colocarse inmediatamente tras ellos para completar otra liturgia rugbera. Arrancan los aplausos y el capitán del equipo que no ha ganado lidera la manada. Es entonces cuando de la boca de cada jugador surge una sola palabra dedicada al adversario: “¡GRACIAS!”. Quizás por darlo todo en cada pelota, por no bajar los brazos tras encajar un ensayo, por creer en cada balón, por respetar los códigos, por no meter las manos en los rucks, por exigirnos tanto, por no golpear por encima del cuello, por cobrar tan caro cada metro, por la lealtad al juego, por convertir en campo en un campo de batalla durante 80 minutos, por seguir jugando al rugby año tras año por más que el cuerpo se queje…  
No hay felicitaciones para el ganador ni consuelo para el perdedor. Hay un GRACIAS sobrio que lo resume todo. Sin resignación. Sin revancha. Un agradecimiento que concluye con un aplauso sincero de los gladiadores a la grada, familiares y amigos con quienes comparten la fe en el rugby. 
 
Y después de reunirse con los compañeros en un círculo en el que se desnudan las mentiras del campo, llega la edificante ducha en la que uno descubre golpes, cortes y pisotones que en el fragor de la batalla no se hacían notar. Media hora después, una vez recogido el vestuario, es la hora del Tercer Tiempo, la consagración del rugby en forma de cerveza. Pero esa es otra historia. 
 
 

jueves, 9 de abril de 2015

"Hijos del Rugby" por Bruno López.

No es de extrañar que tal y como van las cosas últimamente, siempre haya una voz profética que se eleve sobre nosotros, manteniendo vivo aquel espíritu crítico y sarcástico del que Larra supo hacer periodismo. Hoy en día ese rol parece recaer sobre Arturo Pérez Reverte y sus columnas, que caen como el martillo de Thor despertándonos del canto de sirena al que esas arpías de traje y corbata nos tienen permanentemente sometidos.

Resulta que el otro día, en entrevista con el conocido conductor de un programa de actualidad, escuché unas declaraciones de Pérez Reverte que me llamaron la atención. Y si bien Arturo, como Larra en su día, es un esperanzador pesimista, yo me considero un pesimista esperanzado, y me puse a darle vueltas a esa entrevista. 

Decía Pérez Reverte que: "Si la crisis dura lo suficiente para ser agónica, que lo está siendo, va a salir un hombre nuevo de esta crisis. Hará falta una generación. Una generación nueva, educada de otra manera, niños educados de otra forma, niños educados en el valor de un euro o de una bicicleta o un juguete. Niños educados en la austeridad y en saber que unas zapatillas de marca no te solucionan la vida… Y ese hombre nuevo será mejor". 

No pude evitar pensar en nuestro deporte, el rugby, y esa tremenda oportunidad que tenemos por delante para que juegue un papel en la reconstrucción moral de este país arrasado por los errores y el despropósito. No pude evitar pensar en esa nueva generación que no es aún pero que puede ser, en esos 'Hijos del rugby'

Hijos del rugby que crecerán educados en el respeto máximo a los valores humanos. 

Hijos del rugby que sabrán lo que es no sólo el valor de un euro, pero quizás algo más importante, el valor y el poder del sudor de la frente. Cómo el sufrimiento puede pavimentar un camino de espinas hacia la luna. 

Hijos del rugby que serán juzgados no por el golpe que se lleven, no por su caída de bruces contra el suelo, sino por lo rápido que se levanten. Es ley de rugby y ley de vida: no hay nadie invencible y siempre hay alguien que te pone la mano y te tira de espaldas. Lo que sí existe es gente que se queda tirada en el suelo esperando que una solución pase por delante y gente que se levanta y sigue placando.

Hijos del rugby que asuman una serie de responsabilidades. Cuando el rugby te acoge, sobre tus espaldas cae también el deber de levantar la bandera, de correr con ella sin mancharla, protegerla como el tesoro más valioso, ondearla donde haga falta y cuando llegue el día, entregarla al siguiente. No huirán del trabajo que se les ha encomendado, más aún, lo buscarán con el hambre con el que buscas la línea de ensayo en el campo. 

Hijos del rugby que entenderán que ponga lo que ponga una zapatilla, todas tendrán el mismo aspecto cuando se llenen de barro. Y que sabrán que el valor de un jersey no lo marca su etiqueta, sino el conjunto de experiencias que se han vivido en el campo con él. Y así, cuanto más viejo, cuantos más caps se hayan vivido con el puesto, cuantas más roturas, ese jersey será más valioso.

Hijos del rugby que enseñarán a sus padres que hay otro camino que no es el de la envidia y el fanatismo Hijos del rugby que enseñarán a sus padres que hay otro camino que no es el de la envidia y el fanatismo. Como esos partidos de niños de ocho años que veía en Welford Road, donde todos los padres se sentaban juntos, disfrutando del placer de ver un conjunto de muchachos creando una nueva sociedad. Para aquellos niños, dar la mano y un abrazo al rival no era algo obligado, era algo tan natural como el propio rugby que corría por sus venas. Y la foto de final del partido era siempre de los dos equipos. Allí, en Leicester, los 'Hijos del rugby' ya han dejado su huella. Y aunque la mayor parte del año el cielo allí es gris, el sol sale todas las mañanas.

Hijos del rugby que tengan como compañeros de clase a los hijos de Gomez Noya, a los hijos de Belmonte o de Nadal, a los hijos del agua, a los hijos de hombres de hierro y domadores de anillas. Donde compartir experiencias sobre duros entrenos, pequeños pasos en aventuras imposibles sea motivo de júbilo. Hijos todos ellos de sueños tan atrevidos que ninguna generación anterior podrá destruir. Sueños construidos a base de sudor, lágrimas y sonrisas. Normalmente los tres van unidos.

Señor Perez Reverte, cuando todos esos hijos ya sean adultos, cuando alguno de ellos llegue a sentarse en ese sillón de piel en el que algunos han echado raíces, entonces ya no habrá carreras para escapar del Congreso. Ya no habrá mentiras ni locuras, o serán muchas menos. Cuando esos hijos del rugby tomen las riendas, entenderemos que sí hay una solución. 

Y gracias a todos aquellos que nos forzaron a esta situación, gracias a todos los políticos, esos hijos del deporte que crecieron sacrificando su juventud y representando a un país por cuatro duros, entenderán que no hay dinero que pueda comprar la imagen que te devuelve el espejo cuando te acuestas por las noches. Y los políticos entenderán algún día que no hay suficiente dinero que pueda sobornar a Caronte para que les saque en barca del Hades al que están irremediablemente destinados.

Extraído de http://www.marca.com/2013/11/12/mas_deportes/rugby/1384271928.html