La estructura de un equipo de rugby
responde a una distribución muy concreta de los puestos de los jugadores que
permanece inalterada a través de los tiempos, las naciones y el nivel de los
equipos.
Pero el jugador no es tan sólo lo que
diga el número de su dorsal, sino que forma parte de varios subgrupos dentro
del equipo, cada vez más específicos, hasta llegar a su puesto concreto. La
pertenencia a uno u otro de estos subgrupos va definiendo desde lo más general
hasta lo más individualizado sus tareas durante el juego.
Lo primero y principal, es un jugador
de rugby. Alguien que practica un deporte especial, de gran dureza y exigencia
física, cuya combinación de agresividad y de valores como el sacrificio, el
compromiso y el respeto, lo cargan de ciertos tintes heróicos.
Enseguida encontramos la primera
división. Por un lado están los delanteros y por otro, los tres cuartos. Ya
esta separación determina el destino vital del jugador. El tres cuartos se llevará
a todas las chicas y el delantero gestionará los acalorados intercambios de
opinión con desconocidos en los bares. Ahora en serio, dicen los franceses que
un equipo de rugby necesita hombres capaces de cargar un piano y otros hombres
capaces de tocarlo. Los delanteros son grandes y fuertes en extremo porque se
encargan de la sagrada tarea de la conquista del balón. Forman la melé,
disputan la touche y batallan sin cuartel por cada posesión para que los tres
cuartos, potentes y veloces, dispongan de balones para finalizar las jugadas
con ensayos.
Dentro de cada uno de estos dos
grandes grupos, conviven una serie de subgrupos. En la delantera se dividen por
su posición en la melé. Así, tenemos primeras, segundas o terceras líneas. Los
tres cuartos, son medios, centros, alas o zagueros. Y por fin, cada uno ocupa
su puesto específico, con sus tareas, sus obligaciones, sus responsabilidades,
sus características que lo hacen único.
Esta es la división típica de los
jugadores de un equipo que todo el mundo conoce y distingue. Pero dentro de
este esquema clásico se esconde una combinación estratégica de jugadores, una
cadena de piezas clave de cuya habilidad depende el destino del equipo. Este
grupo especial es conocido como la columna y, como su propio nombre indica, se
trata de una estructura sobre la que se asienta el juego de todo el equipo. Un
eje principal de jugadores excepcionales que son los que generan el juego.
En la existencia de esta columna
queda patente la perfección casi matemática con la que está diseñada la
formación de un equipo de rugby. No es en absoluto casualidad que los jugadores
que forman esta mágica combinación sean precisamente los cinco jugadores del
grupo que no tienen pareja en el campo.
Entre los XV de un equipo de rugby
conviven varias parejas que comparten denominación. Hay dos pilieres, dos
segundas, dos terceras ala, dos centros y dos alas. No son puestos idénticos
(no es lo mismo ser pilier derecho que pilier izquierdo, por ejemplo), pero sí
lo suficientemente parecidos como para que tengan el mismo nombre.
Y después están los jugadores únicos,
los que no tienen doble en el campo. Estos son los que forman la columna.
Hablamos de: talonador, tercera centro, medio melé, apertura, zaguero.
Estos son los puestos clave del
equipo, donde todo entrenador sensato alineará a sus mejores hombres y cuya
disposición casi anatómica sobre el terreno de juego puede incluso verse a
vista de pájaro, cuando el equipo se prepara para una melé.
Dentro de la columna están los
creadores, fuera, los currantes, los ejecutores (grandísimos ejecutores, sin
duda, en muchas ocasiones).
Raro es el equipo en el que el
talonador no es un líder nato. Dirige la melé desde el frente, poniendo su
cuerpo al límite para asegurar la posesión para su equipo en esta fase de
conquista fundamental. Además, sobre sus hombros recae nada menos que la enorme
responsabilidad de sacar la touche (labor casi artesanal que, a base de horas
de entrenamiento y repetición, debe alcanzar la perfección técnica).
Si el talonador comanda desde primera
línea, el tercera centro (también conocido sencillamente como nº 8, por el
dorsal de su camiseta), lo hace desde la retaguardia de la melé. Este jugador
es algo así como el delantero total. Cierra la melé, encargándose de la salida
del balón, de su cuidado y defensa y debe reunir capacidades físicas y técnicas
propias de un superhombre, que van desde la fuerza y contundencia de los
primeras y segundas (el tight five, que dicen los ingleses) en los puntos
de encuentro, a la habilidad para cubrir campo tanto en ataque como en defensa,
propia de la tercera línea de la que forma parte. En definitiva, fuerte como un
pilier y ágil como un flanker.
Aunque medio melé y apertura son
conocidos como los dos medios (el nombre completo del apertura es en realidad
“medio de apertura”), no forman una pareja como tal, en el sentido en que lo
son los centros o los alas. Sus funciones son muy diferentes aunque igual de
importantes dentro del equipo y, si bien la conexión medio melé-apertura es
crucial durante el juego, no lo es menos la que debe existir entre nº 8 y medio
melé, de cuya alianza depende en gran medida el éxito del lanzamiento del
juego. Sin duda, la cadena nº 8-medio melé-apertura es el núcleo duro de la
columna, algo así como el condensador de “fluzo” del equipo.
El medio melé dirige a la delantera,
el apertura dirige a la línea de tres cuartos. El devenir del juego se decide
en su cabeza. Ambos manejan con la máxima destreza el balón, tanto a la mano
como con el pie. El pase del medio melé ha de ser perfecto. El apertura debe
tener un guante en el pie.
Y por último, cerrando la columna,
está el zaguero. Aquí tenemos al último bastión, el guardián entre el centeno
responsable de la defensa de su territorio, para lo cual cuenta con dos armas
fundamentales: un placaje demoledor, que normalmente debe aplicar a jugadores
lanzados a máxima velocidad y una patada tan depurada como la de un apertura.
Los zagueros de corte más defensivo concentran toda su energía en desarrollar a
la perfección estas funciones, pero lo ideal es contar con un zaguero que posea
también buenas dotes para el ataque para que, sumándose a la línea en el
momento decisivo, pueda suponer el revulsivo necesario para dar el golpe de
gracia.
La columna es la raíz vital por la
que fluye el sistema nervioso de un equipo, dando vida al resto de componentes.
De ella mana el rugby y del resto de jugadores depende su ejecución exitosa.
Pero una cosa está clara, si la columna no funciona, no hay rugby que jugar.
Extraído de: http://www.jotdown.es/2011/12/la-columna/