Sé que va a ser complicado hacerte
entender. Lo sé. Sé que las apariencias te tienen engañado. Sé que cuando miras
de reojo al televisor en el pub irlandés sólo ves un amasijo de orcos
entrelazados haciendo el bestia. Pero España sería un país mejor si la gente
leyera más, escuchara con menos prejuicios, no gritara tanto y le tuviera un
poco más de respeto al rugby. Habría menos defraudadores de Hacienda.
Entenderíamos mejor al de al lado. El oprobio caería sobre los mentirosos y los
indolentes. Los de Ryanair no nos tratarían como nos tratan. Y, sobre todo,
habría menos violencia.
Reconozco que entré con los recelos
propios de la leyenda. Estás mandando a los niños al Saigón de los 70, me
decían. Estás enviando a los chicos a Magaluf, con ingleses de dos metros. Así
que cuando los dos hijos volvieron del primer entrenamiento, la madre los
abrazó como en la serie de 'Marco' y les anduvo contando los brazos, piernas y
dedos durante el fin de semana. Una y otra vez. En efecto, todas las partes del
cuerpo seguían en su sitio.
Para uno, que se ha criado viendo
cómo los padres piensan que tienen a un futuroMessi en casa, que ha visto
a niños de 10 años temblando en la cancha a causa del progenitor vociferante de
la banda; para uno, les decía, aquello fue como una revelación.
Allí estaba el cartel en el viejo
campito de rugby, comido por el óxido pero no por el olvido: «Mensaje para los
papás: si quiere un campeón en casa, entrénese. Por lo demás, deje jugar en paz
y feliz a su hijo».
(...)
Dos esguinces más tarde y una pequeña
brecha después (para qué les voy a negar: sólo una pequeña brecha en tres
años), hemos aprendido mucho más de lo que pensábamos. El padre que los lleva y
los trae. La suegra que dudaba. Y hasta algunos compañeros de clase que
prefieren (¿preferían?) la pelota redonda a la oval.
Dentro de un campo de rugby no
existen los amigos. Y ello es porque enfrente tienes a los contrincantes y al
lado tienes a tus hermanos. Uno no pasa de largo en la vida si ves a un tipo en
el suelo. Ni hace ostentación de la victoria como si fuera un primate. Uno
tiende la mano, no la pisa. Y si algún día te caes (que te caerás), te
levantas.
Hoy, en la habitación infantil, junto
a una imagen de Fernando Torres hay un póster en el que cinco
'rugbiers' esperan la acometida de una manada de rinocerontes. Deberían verlos.
Son cinco rinocerontes 'elefantiásicos', grandes como dudas, del tamaño de un
piso de tres plantas. Enfrente les esperan otros tantos jugadores hasta el
cuello de barro. Diminutos en la comparación. Se lee: «Encara siempre lo que
venga».
Les estamos esperando. A todos
ustedes. A los que creen que un tercio es más que un tres cuartos y a los que
piensan que mandamos a nuestros hijos a la guerra. Les estamos esperando con
emoción y con hambre. Con un montado de panceta en una mano y una cerveza en la
otra. Porque igual les vamos a dar el abrazo. Los deportes minoritarios somos
así.
Lo dijo con otras palabras el gran Eduardo
Sacheri, que acierta siempre que escribe pero que se confundió de deporte: él
prefiere el fútbol, vaya.
Hay quienes sostienen que el rugby no
tiene absolutamente nada que ver con la vida del hombre, con sus cosas más
esenciales, con la reconciliación, con el civismo, con un tipo que se ha
quedado sin empleo y del mismo modo este lunes se tendrá que levantar.
Desconozco cuánto sabe esa gente de la vida. Una cosa tengo clara: no tienen ni
idea de rugby.
Publicado en la web del diario El Mundo el día 03/10/2015: http://www.elmundo.es/opinion/2015/10/03/560ebf42ca4741f1528b4593.html
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