domingo, 13 de diciembre de 2015

Herrero del Rugby por Ovidiu Muresan




En un día tranquilo de invierno, en un humilde pueblo a los pies de una gran montaña, el único sonido que se escucha en todo el poblado es el martilleo procedente de la herrería local.
             Después de un laborioso día de trabajo, el herrero invita a su aprendiz a sentarse junta a él y compartir los manjares, que con mucho cariño preparó su esposa. Durante la comida el herrero pensó que sería un buen momento para que su aprendiz aprendiese una nueva lección.
             — Muchacho, ¿conoces lo que es el rugby?
             — ¿Rugby, aquel deporte de brutos?
             Ante las palabras de su aprendiz el herrero suelta una gran carcajada que hace temblar los témpanos de hielo.
             — Pues sí, aquel deporte de brutos jugado por caballeros. ¿Sabías que, un buen herrero es parecido a un buen entrenador de rugby?—el aprendiz arquea una ceja de asombro y deja continuar a su maestro. — Verás, el objetivo de un buen herrero es convertir cualquier material que se presenta en un arma letal; el objetivo de un entrenador de rugby es convertir a cualquiera en un buen jugador, eso si no letal. Da igual de que pasta estás hecho un buen entrenador saber cómo moldearte para convertirte en algo grande. Al igual que muchos materiales de la herrería, que requieren de más o menos preparación para ser un arma, lo mismo pasa con las personas para convertirse en un jugador de rugby. Eso sí, como no de todo se puede hacer un arma, también hay gente que no está hecha para el rugby. ¿Has visto alguna vez algún partido?
             — No — responde tímidamente el aprendiz mientras intenta engullir un trozo pan.
             — ¿En serio? Vives cerca de un campo con tal fin y nunca te has acercado a ver a esos grandes hombres en acción. Pobre ignorante. Pues el próximo fin de semana quiero que estés junto a mí en el campo y admirar la grandeza de los quince magníficos.
             >>Verás al zaguero, el último bastión, si el  cae se ha perdido una batalla, pero no la guerra. Para asistir al zaguero están los alas, dos magníficos atletas, que igual que las flechas, una vez lanzados vuelvan hasta alcanzar su objetivo o chocar con algún obstáculo. Junto a los alas está el tridente, tres grandes hombre, fuerte y rápidas, cuyo objetivo es romper con rapidez la filas del contrario. La dirección en la que se lanza el tridente la dirige el medio – melé, una pequeña bomba, que puede estallar en cualquier momento, y cuando estalla es cono una señal para ocho bestias a ponerse las pilas.
             >>Para acabar termino con las ocho bestias que juntos forman una estructura tan fuerte como un ariete, la melé. Esta estructura la forma, en primera línea, una cabeza de acero apoyada en dos pilares. Para ayudar a mover el gran ariete, la segunda línea, la forma dos altos hombres. El resto de la melé lo forma tres jugadores, que son como dagas, tienen que ser rápidos y precisos cuando la melé se desmonta.
             >>Juntos los ocho forman una gran estructura estable, pero por separado van de tres en tres, y hacen temblar la tierra y al oponente a su paso. Gracias a su trabajo el medio – melé puede poner a los demás jugadores en juego. Todos en el equipo tienen sus papeles, unos papeles escritos por un gran entrenador, que ha moldeado uno a uno, juntos y por separado a los jugadores de un equipo de rugby. Tras cada gran partido los dos equipos se reúnen en la taberna local y celebran ya sea una victoria o una derrota, ya que cuando el árbitro da por terminado el partido, poco importa a veces el resultado, si lo que se ha entrenado a salido como se esperaba. ¿Entonces, estarás conmigo para verles?
             El aprendiz se queda un momento callado y  de un salto y a pleno pulmón grita:
             — Estaré allí para dar mi apoyo al equipo…

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